Podría tratarse del comienzo de una saeta por carceleras, con regustos a San Román, con olores a calle Sol y a viejos corralones de Sánchez de Castro o Enladrilla.
Desprende aromas a luz primaveral sobre la blanca torre, con toques de campanas mañaneras llamando a la oración. A vaso de aguardiente servido por el tío Paula, con esa lentitud acompasada que, casi parece que te está regalando una media verónica. Al desperezar de barrio sabio y antiguo. A esencias de Ortegas, de Vargas, de Vegas y de Morenos. A una Hermandad de los Gitanos de esfuerzos, cariños, pan duro y perras chicas. Al caliche de las fachadas, arrancado por el aura de voces saeteras con son, compás, sabidurías y sentimientos.
Así me sentí ayer en esa I Comida de Confraternidad de la que disfrutamos los amigos que un Antonio Moreno Santaella al que todos estimamos y por ello acompañamos.
Ese gitano que no ha podido sostener la vara de mando de nuestra Corporación, pero que abrazó ayer, más que nunca, ese bastón de los patriarcas de bien, y que tan solo puede ser otorgado por los corazones de las gentes que tras conocerlo, hemos llegado a respetarlo, a admirarlo y a quererlo, de la misma manera que su divina raza respeta, admira y quiere a sus mayores.
Ayer conseguimos vivir en estos tiempos actuales, los encantos de esas épocas pretéritas donde los corazones estaban por encima de los intereses. Donde el alma blanca de los hombres cabales de esta tierra no se encontraba contaminada por ansias de poder y alardes personales. Cuando el amor a nuestra hermandad era sumamente pobre pero pulcramente limpio.
Ayer viví la auténtica Hermandad, tuve la suerte de ser partícipe de la reunión más selecta y disfruté del honor de la amistad de un gitano que, aunque sus palabras no lleguen a la altura de los grandes oradores, el valor de sus principios, el respeto a sus orígenes y la lealtad a sus amigos y a sus creencias podrían ser candidatas a un Nobel.
Ayer vivimos un auténtico evento, el auténtico valor añadido de un grupo de personas que quedaron eliminados por una mediocre partitura, pero que le infundió con ello la fuerza, la pasión y el resurgir de una monumental sinfonía.
El director, nuestro Antonio Moreno, debe de seguir marcando el son de esta orquesta y así poder acallar las argucias de pitos estridentes e interesados que han conseguido arrinconar a una Hermandad de Los Gitanos no merecedora de que la usurpen, la manipulen y la arrinconen.
Gracias Antonio, gitano cabal donde los haya, que has conseguido despertar el alma dormida de los adoquines de un barrio del centro, pisados por tantos y tantos hermanos de antaño, que dejaron marcadas las huellas de sus esfuerzos y sacrificios generando la historia viva de nuestra Hermandad de los Gitanos.
Ayer vivimos un gran evento y por ello os quiero dar las gracias a todos los que me habeis permitido participarlo y disfrutarlo entre vosotros.
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