domingo, 18 de noviembre de 2018

EL HOMBRE QUE SOÑÓ LO IMPOSIBLE

D. MANUEL ORTEGA EZPELETA
Hace ahora tres décadas, había en Sevilla una Hermandad que le costaba definirse para dar ese paso con el que acometer un arranque que la impulsase a esas cotas para las que estaba diseñada, debatiéndose entre indecisiones que la tenían estancada entre los posos de un pasado pendiente de florecer y, las ansias de dar ese salto hacia delante que la situase ante las puertas de un floreciente y prometedor futuro.

Hace ahora tres décadas, y para despertar de su letargo, desde el seno de esa Hermandad, uno de sus hermanos tuvo un sueño, una auténtica revelación sin duda otorgada por nuestros Sagrados Titulares y que a través de la bondad de corazón de este hombre del pueblo que no quiso dejar caer en saco roto la visión que le había sido concedida. Solo él la creyó posible en aquellos primeros instantes, solo él estuvo dispuesto a luchar por una quimera, solo, y tan solo él, consiguió sembrar en las almas de los hermanos de Los Gitanos la semilla que germinaría fértil y, que a través de la fortaleza de sus robustas raíces, conseguir un abrazo de fe entre la totalidad los componentes de la Corporación hasta conseguir que el sueño se hiciese realidad.
Ese hermano se llamó Manuel Ortega Ezpeleta, un hombre curtido por los avatares de la vida, cabal donde los haya, gitano de bien, de una estirpe con temple de cante "jondo" y "quejío" de pellizco infinito, que hablaba poco y escuchaba siempre, ya que para aprender los acertijos que la vida nos cuestiona, a veces sobran las palabras y escasean los silencios, ungido con el temple suficiente para poder ser el abanderado de una idea y dar comienzo a la obra que le fue asignada, sorteando todas las dificultades que se anteponían en su camino con una seguridad ciega de ser capaz de conseguir la utopía que había soñado.

Se rodeó de hermanos de a pie, sencillos como él mismo, los embrujó con su descabellada idea  exponiéndola ante ellos con la pasión de sus seguras convicciones, hasta que poco a poco. fueron haciéndola de su propiedad.

Al igual que en las Sagradas Escrituras, donde todo un pueblo fue partícipe de la osadía del patriarca Moisés, también Manuel Ortega, como un patriarca romaní de estos tiempos, asido al aureo cayado rematado por el escudo de nuestra Hermandad y que lo identificaba como el primero de los nuestros, supo dirigir a sus hermanos hacia esa idea soñada, llevándonos a poder pisar esa tierra prometida llamada Coronación Canónica de María Santísima de las Angustias, y con ello, a disfrutar del acontecimiento más importante y de más alto honor vivido por los hijos de su raza y por los enamorados de ella, para de esa manera, acercar a la Hermandad de Los Gitanos, aún más si cabe, al corazón de su bendita Virgen morena de la dulce mirada.

Manuel Ortega dejó de estar entre nosotros hace algunos años, pero su alma la seguimos presintiendo como si se paseara entre los muros del Santuario, y todos los que tuvimos la suerte y el honor de compartir su humor socarrón, sus limpias intenciones y su amor por los Titulares que fueron la luz y guía de su caminar por la vida, seguiremos reconociendo recordando su memoria la dicha de haberlo tenido como Hermano Mayor.

En breves fechas harán treinta años que las amables manos de un príncipe de la Iglesia depositaron sobre las benditas sienes de nuestra Virgen de las Angustias el honor de una merecida Coronación Canónica que, allá por el ocaso de los ochenta consiguió que la fe de un pueblo se viese refrendada por los corazones de sus convecinos, gitanos y no gitanos, y que en una catarata de sentimientos desbordados quedaron abrazados por aquel sueño imposible que se filtró de la mente de un gitano de bien que, apoyado en el amor por su Virgen morena, en su habilidad para rodearse de un capital humano que siempre remaron en su misma dirección para llegar al buen puerto por todos soñado, pero sobre todo, a creer y a tener la seguridad que, a pesar de las vicisitudes vividas en el seno de nuestra Corporación, siempre tuvo la seguridad que la Hermandad de los Gitanos llegaría a estar a la altura de lo que le demande la Santa Madre Iglesia, sus hermanos y su dilatada e incuestionable historia.

Manuel, seguro que treinta años después y dichoso de haber disfrutado la suerte de conocer el verdadero rostro de la Divina Madre podrá participar desde su celestial morada de nuestra trigésima Eucaristía en honor de aquel insigne acontecimiento ocurrido un 29 de Octubre de 1.988 marcando un antes y un después en el devenir de nuestra Hermandad.

En esta ocasión, y gracias a Manuel Ortega Ezpeleta hemos podido descubrir y certificar que no todos los sueños sueños son, ya que con su empuje, su amor por la Hermandad de Los Gitanos y su magnífica mano izquierda pudimos constatar que algunas veces los grandes sueños se hacen realidad.

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