
Desde el comienzo de nuestra participación en los quehaceres de la misma, siendo jóvenes y apasionados hasta que nuestras sienes se han empezado a teñir con el blanco de las canas de la experiencia, las hemos apreciado y valorado en su justa medida agradeciendo los esfuerzos que nuestros mayores realizaron cuando la llegada de malos momentos nos golpearon en el día a día a través de nuestra historia.
Contiendas bélicas fratricidas, incendios donde se convirtieron en cenizas los esfuerzos y los amores de tantos, cambios de sedes motivados por todo aquello que, a los que nos gusta escudriñar en esas historia se fueron transformando en leyendas, nos las sabemos de memoria otorgándole ese valor añadido que nos hace querer, más si cabe, el patrimonio del que hoy disponemos, la posición en la que nos encontramos y el respeto que la ciudad nos dispensa.
Pero es evidente, que todos esos acontecimientos los hemos vivido desde la protectora barrera de la sociedad en la que nos ha tocado vivir. Una sociedad en la que el culto a lo material lo hemos admitido con una normalidad cotidiana con la que quizás, por las faltas de carencias, se nos olvidasen en algunos momentos todo lo que en su algunas épocas, aquellos hermanos del pasado no tenían.
Nos preocupamos por mantener una bolsa de caridad que, con grandes esfuerzos nos otorgue el banal aplauso de nuestro altruismo con los más desfavorecidos. Nos desvivimos por mantener e incrementar un patrimonio material basados en rancias frases lapidarias como "por engrandecer a nuestros Sagrados Titulares". Hemos conseguido techos para los hermanos y techos para la devoción. Discutimos por que se hagan valer nuestros criterios disfrazando, alguna que otra ansia de poder con las que, en la actualidad, revierten nuestras Hermandades hacia las personas.
Este año hemos sustituido la Estación de Penitencia, el día más esperado, nuestro día grande, por una lección magistral. La lección de la humildad.
Nuestro sabio refranero tiene grabado con letras de oro una frase que dicta la sentencia más real a la que asirse un cofrade:
"EL COFRADE PROPONE Y DIOS DISPONE"
Y este año, el Supremo Hacedor ha dispuesto. Y lo ha hecho posponiendo todas nuestras propuestas, haciéndonos ver que algo tan ínfimo, tan minúsculo y tan miserable como un simple virus, deja sin valor alguno las previsiones de una humanidad que está minusvalorando, quizás, lo que realmente tiene verdadera importancia.
Carecerá de importancia, en esta Semana Santa, quién irá más cerca de los pasos, qué bandas les prestarán sus compases, como sonará el racheo de los pies nuestros costaleros, no miraremos la veleta de San Román por si esta toma la dirección del antiguo estanco, ya en la memoria de calle Sol, presagiando "pañí" a la llegada la noche, dejará de ser una tragedia el parón de la Campana, los cortes en la Cofradía y los llantos y los aplausos de los fieles.
Esta noche no tendremos incertidumbre alguna si se llegase a reunir el Cabildo de Oficiales de Salida, no miraremos las redes sociales suplicándole a las páginas meteorológicas presagios de buenas noticias....
Esta Semana Santa, este Jueves Santo, nos faltarán abrazos y besos de plaza, plumas de Centuria, nervios de diez de la noche, el beso de nuestros mayores al partir desde casa para el Santuario por el camino más corto, el malestar en el cuerpo que solo alivia el analgésico de una túnica, un costal o una gorra de plato....
Y todo porque DIOS LO HA DISPUESTO.
Y Él, en su bendita sabiduría, ha decretado que en la intimidad de nuestras casas gritemos un "pararse ahí" y podamos llegar a reflexionar para dar un cuarto de vuelta a nuestras vidas, suplicando lo realmente importante, que solamente es que nos salpique de la magnificencia de su nombre: SALUD, y que a los que inundaremos nuestras mejillas cuando el reloj marque las 2,30 de la eterna "madrugá", nos haga sentir un profundo alivio de todas nuestras ANGUSTIAS para poder seguir siempre de frente.
PORQUE REALMENTE ÉRAMOS FELICES Y NO LO SABÍAMOS
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