Eran otros tiempos, eran otras épocas, era una Hermandad más familiar donde se empezaba a atisbar el potencial humano y la oleada de auténtico fervor que arrastraba al pueblo sevillano a agolparse en una pequeña placita de la Puerta Osario, para aliviar angustias y llenar las alforjas de una salud que durase todo el año.
La oración por saetas tenía un timbre flamenco insuperable, una impronta que se quedó dormida en el cajón de los recuerdos de los más veteranos de nuestra Sevilla del pasado.
D. Manuel Mairena, cansado tras la larga Estación de Penitencia, daba las gracias a nuestro Sagrado Titular por habernos permitido acompañarlo un año más, a todos esos hijos que, desde ese mismo instante, ya empezábamos a soñar con una nueva madrugá.
Esos son momentos inolvidables de la Hermandad de Los Gitanos, ni mejores ni peores que los actuales, pero por supuesto únicos, en el poso de las almas de los que pudimos disfrutar de ellos.
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