viernes, 26 de abril de 2019

AFEITADOS CON VARAS

Vivimos una época donde a la imagen se le otorga tal valor añadido que, a veces, si nos pudiésemos ver reflejados en un espejo, podríamos llegar a advertir que nuestra adolescencia quedó atrás hace mucho tiempo y que la madurez de nuestras incipientes canas, tendrían que ser credenciales suficientes de experiencia y de actuaciones adultas. Además, cuando se marida con intervenciones a través de las redes sociales, conseguimos una causa-efecto que al hacer una valoración de los porcentajes de opinión, en ocasiones, hasta nos podría beneficiar, pero la mayoría de las veces, distorsionan la buena imagen que, durante mucho tiempo, hemos conseguido proyectar hacia la gente de la que nos rodeamos en el día a día y que siempre nos ha tenido en consideración.

Evidentemente, somos dueños de nuestros silencios y esclavos de nuestros post, los cuales, desgraciadamente no tienen fecha de caducidad, ya que las palabras se las lleva el viento, pero lo escrito, escrito queda gracias a la tecnología entre la que nos desenvolvemos.


Nuestros posts, nuestras intervenciones en redes sociales, nuestros whatsApp, son como contratos notariales que nos responsabilizan de nuestras ideas, nuestros criterios y nuestros principios que, cuando se contradicen con el paso de las fechas, siembran silencios en las personas que nos admiran y carcajadas de incredulidad en los que no nos tienen en tan alta estima.

Es lógico que en el discurrir nuestras vidas, las diversas situaciones con las que nos vamos chocando, hacen que cambios de criterios, sobre todo, en el plano personal más íntimo, nos transmuten por causa del dolor que nos infringen, dejando a la luz que somos imperfectos, que nos aflore a borbotones la ira, y en definitiva, la condición de que somos humanos.

Pero nosotros, las personas que profesamos el amor a Dios, la devoción a Cristo y la veneración a su Santísima Madre con nuestro abrazo a la fe católica, tenemos la gran ventaja de que desde allá en las alturas, siempre encontramos ese clavo ardiendo que nos regala el Altísimo, constituido por el perdón pleno y la indulgencia de su eterna misericordia.

En el plano de la Hermandad, y acogiéndonos a todas esas indulgencias antes mencionadas y a las evidentes deficiencias en las prácticas de nuestra fe, intrínsecas a la condición humana, llegamos a cambiar esos criterios, que a priori, han sido la base de nuestras maneras de actuar, sustituyendolos por opiniones consolidadas en heridas del pasado, envidias del presente y altisonantes sueños de futuro. Somos capaces de encerrar en el cajón de nuestra memoria ideas que fueron el azote de tiempos atrás, somos capaces de ahogar el grito exigente de la solicitud de transparencia, somos capaces de ver las luces donde antes solo veíamos tétricas sombras, somos capaces de anteponer los altercados íntimos personales por el intento se sacar a la luz el bien común.

Podremos hacerlo en tonos irascibles y furibundos o disfrazados de una sorna bufona y jocosa, que al principio causa una risa espontánea, igual que el niños pequeño que dice alguna que otra palabrota, pero que con el paso del tiempo, siguen haciéndose repetitivas una vez superada la infancia, esas mismas reiterativas gracias, se convierten en una tesis de mala educación, de mal gusto y de algo totalmente contrapuesto con el carácter y el gracejo de esta tierra. En definitiva, pierden su gracia.

No ocultemos los errores, al igual que no ocultemos los aciertos. No ocultemos las sombras, ya que si las obviamos, nunca las delimitamos y  jamás volveremos a disfrutar de la luz. Tracemos vidas paralelas entre la singularidad de nuestras vidas de hermandad y nuestras vidas privadas y, si en algún momento se ven obligadas a converger por los mil motivos que nos impone la vida, que sea para potenciar el diálogo y la buena educación. Y sobre todo, seamos adultos, ya que la gracia sevillana tiene unas medidas muy estrictas y si estas las sobrepasamos, corremos el riesgo de incurrir en una actitud "malage".

Nos guste o no, en estos tiempos que nos ha tocado vivir, seguiremos coexistiendo con la era de la buena y la mala información, incluso de la que algunos quieren ocultar, y además, seguiremos padeciendo la era de la imagen y de las redes sociales en las que todos nuestros pasados y presentes están incluidos haciéndonos reos del futuro por venir.

Y con respecto a nuestra imagen, como decían los antiguos "lo mejor es la cara lavada y bien peinaos", no es necesario ni obligatorio hacer patente una metrosexualidad desacerbada, y si por gusto personal queremos depilarnos pecho y extremidades, que sea con una cuchilla de afeitar o una navaja barbera, como antiguamente, y no arrastrándonos, una y otra vez, para ver qué privilegio o que vara conseguimos.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario

ARTÍCULOS MÁS VISITADOS