Vivimos una época donde a la imagen se le otorga tal valor añadido que, a veces, si nos pudiésemos ver reflejados en un espejo, podríamos llegar a advertir que nuestra adolescencia quedó atrás hace mucho tiempo y que la madurez de nuestras incipientes canas, tendrían que ser credenciales suficientes de experiencia y de actuaciones adultas. Además, cuando se marida con intervenciones a través de las redes sociales, conseguimos una causa-efecto que al hacer una valoración de los porcentajes de opinión, en ocasiones, hasta nos podría beneficiar, pero la mayoría de las veces, distorsionan la buena imagen que, durante mucho tiempo, hemos conseguido proyectar hacia la gente de la que nos rodeamos en el día a día y que siempre nos ha tenido en consideración.
Evidentemente, somos dueños de nuestros silencios y esclavos de nuestros post, los cuales, desgraciadamente no tienen fecha de caducidad, ya que las palabras se las lleva el viento, pero lo escrito, escrito queda gracias a la tecnología entre la que nos desenvolvemos.



