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DIOS APLACÓ SU SED CON LA FE DE UN PUEBLO |
Y Sevilla se embriagó de un gran reserva de tan solo 50 años. No tuvo necesidad de exponer un curriculum bañado de siglos de historia, no le hizo falta revestirse de rancio, no tuvo necesidad de querer, a priori, sentar cátedra de nada, pero la realidad es que dió un master class de cómo hay que organizar un acto externo sin extridencias, sin gastos superfluos y sin exageraciones fuera de lugar para que la Sevilla Cofrade se volcase con una bisoña Corporación que cumplía sus bodas de oro y que dejó palpable su buen hacer y su saber estar ciñéndose única y exclusivamente al sentido de la medida.
Un auténtico disfrute para los sentidos en una calurosa tarde Septiembre de una recién nacida estación otoñal, en la que a los que ya peinamos canas, no hizo retrotraernos en el tiempo y visualizar desde nuestro emotivo cajón de la memoria aires de Tamarguillo, momentos de dolor y esperanza en las habitaciones del Hospital de San Juan de Dios y perdones entre lágrimas de los muros de una antigua cárcel donde se pagaban culpas, la mayoría de las veces, inducidas por hambres diarias y necesidades de familias en precario.
Nervión se vistió de gran gala y se echó a la calle para aplacar esa sed parida desde una gubia magistral soñada por un imaginero que adivinó el rostro de su Titular y que, desde hace escasas fechas, tiene la dicha de conocer la realidad del divino rostro, al que desde el amor de un sueño, le dió forma.
Medio siglo después, Sevilla aplacó la Sed de Dios con el agua de su fe y por ese acto de amor que los hijos de la tierra de María Santísima, los enfermos, los actualmente privados de libertad y el resto de ese pueblo que se tiró a la calle para hacerle compañía, recibirán el regalo de una Consolación agradecida que, desde su altar, a la espera del regreso de su hijo, otorgaba consuelo a todos los corazones y almas que, con la presencia ante su paso, tejieron una esplendorosa alfombra humana por donde, una bonita tarde de otoño, paseó el Hijo de Dios.
Con un caminar con finísimas cadencias, con enérgicos sones de tambores y trompetas con aires de Puerta Tierra, con un cortejo perfectamente sincronizado regaron de esencias de vida los rincones de su barrio. Con un crucificado que parecía alzar la vista ante las cancelas del Hospital, como queriendo mirar por encima de un Giraldillo que arañaba el horizonte, intentando avistar las cornisas de un Aljarafe sevillano que se iba quedando huérfano, con una bucólica puesta de sol, dedicada y agradecida por el Señor de la Sed a las manos de su creador en la tierra.
Hemos de tomar nota, otorgarnos unos minutos de reflexión para entender el valor añadido que la Procesión Extraordinaria que ayer pudimos vivir, para llegar a la conclusión que no es necesario un bagaje de siglos para hacer las cosa perfectas. Que los cofrades hemos de respetar enseñanzas de siglos pero, que el valor del día a día es lo único que nos puede mantener vivos, engrandecer nuestras creencias y agradecer con nuestro trabajo, ya sea añejo o novedoso, la fe con la que vivimos y en la que creemos.
Enhorabuena a la Hermandad de la Sed por hacer las cosas con medida como a Sevilla le gusta y como Dios manda.
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