De nuevo hemos vuelto a rellenar un capítulo que, desde la génesis del blanco de sus hojas, donde escribimos su comienzo un ya tan lejano Miércoles de Ceniza, hemos ido relatando a golpe de una caligrafía sumergida desde las tintas de nuestras almas una nueva Semana Santa.
De nuevo la hemos disfrutado pero de una manera diferente, sin necesidad de tener que descender de los altillos o roperos esas maletas donde hábitos y costales descansan durante el año. Sin la indescriptible visión de esos divinos fantasmas que fueron colgados de una barra de cortina, después de que las amorosas manos de una madre o una esposa transformasen las profundas arrugas de una túnica dormida durante meses en la explosión de la galana juventud con la que nos envuelve nuestros cuerpos y nuestras almas cuando descansada consigue abrazar nuestros hombros.
Ni siquiera estampas ni medallitas recién compradas habrán dormitado en nuestras mesitas de noche esperando el tan señalado día que habrían de ser depositadas sobre las inocentes manos de un solícito niño en la plaza de La Campana o en aquellas otras profundamente labradas por la huella de la experiencia de una abuela que, sentada a las puertas de la casa de su barrio de siempre y que, tras una mirada de amor agradecido, deposite su emotivo beso antes de apresarla como su tesoro.
No se han mezclado esencias de azahar e incienso bajos los cielos azules, ni muestras de alegres bullas hayan invadido como siempre los espacios dibujados por cálidos rayos de sol atenuados por las placenteras sombras de alguna fresca callejuela del centro.
No hemos podido disfrutar del Hijo de Dios bajando triunfante por una centenaria "rampla" a lomos de un pollino espiado por un Zaqueo expectante, donde un caudal de blancos ángeles nacidos en nuestra tierra que, asidos a sus canastitos, varitas y palmas, les sean impartidas las primeras clases de su parvulario cofrade.
Tampoco, un viejo Pilatos vecino de "La Calzá", ha tenido la oportunidad de presentarle orgulloso a Madre Angelita a ese Cristo al que ellas abren sus puertas y sus corazones, siempre bajo la cómplice mirada del pajarito de San Pedro, que seguro trinaría exultante desde el disimulado escondite de su antiguo azulejo, al abrigo de las sombras del majestuoso ficus de la plaza donde habita.
Seguro que el antiguo puente aún estará añorando con nostalgia el garboso y acompasado galopar del corcel de la calle ancha, y sus arcos seguirán suspirando para que el próximo año, solo si Él lo quiere, el gitano que habita en el Zurraque, recline consciente por un instante el infinito agonizar de sus ojos, olvidándose por un instante de los inmaculados azules del cielo trianero donde hace siglos fijó su mirada y así, contar por un instante los adoquines de un puente que lo aguarda y de todas esas almas impertérritas que siempre lo esperan en ese mismo sitio.
El brillo de nuestra "Madrugada de Luz" tampoco ha sido suficiente para alumbrar el alma de un viejo barrio del Centro, falto este de los olores a churros y pavías de otras épocas de un vivir más lento, con sonidos a gargantas de bronce templadas en las mejores fraguas y palmas a compás, a caricias sobre viejas maderas de mostrador con bordados efímeros elaborados por trazos de tizas y salpicaduras de aguardientes y que fueron golpeados desde el pasado por nudillos flamencos extraídos del mejor de los pentagramas.
Nos faltaron sus manos abrazando la cruz de nuestras culpas a la brisa de la madrugada. No disfrutamos de la luz de sus ojos al asomarse al dintel de los postigos de su Santuario, donde se aglomeran su hijos sedientos de encontrarse frente a frente con sus miradas. Nos faltó el compás insuperable del borlón de su cíngulo, solo comparable con el fresco y sublime abaniqueo de unas bambalinas que irradian bailes dibujados en las cavas flamencas.
Todas estas añoranzas las soportamos y las seguiremos soportando con la esperanza y la fe de una pronta solución, de una normalidad de sevillanas maneras, con el ansia de poder mostrarnos como somos, con nuestros sonoros besos, nuestros abrazos apretados y nuestras formas de ver y de vivir la vida.
Nosotros tan solo le seguiremos solicitando esas gotas de salud que tanto necesitamos y nunca cejaremos en nuestras ansias de darles las gracias por hacernos conocer una Semana Santa diferente y que ha conseguido recordarnos que, a pesar de las críticas que siempre fuimos capaces de expresar, hemos conseguido llegar a comprender lo felices que éramos antes de este mal sueño.
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