miércoles, 23 de agosto de 2023

AL CIELO CON LA MADRE DE LAS ANGUSTIAS

Entre los desasosiegos de canículas de bochornos extremos, de soles de justicia y de ocios veraniegos que alargan los días de agosto, se nos siguen escurriendo como el agua entre los dedos la vida de alguno de nuestros hermanos que han sido llamados por el Padre Divino, tras haber dejado su huella en este mundo, para que los que los sucedan, puedan retomar los senderos marcados por estos grandes de la Hermandad, hermanos de número e incondicionales devotos de nuestra querida Corporación, que continúen el camino emprendido por un piadoso grupo de incondicionales a la orilla de nuestro rio hace ya casi tres siglos.

En esta ocasión, nos abandona en su condición terrenal, un referente inimitable, un icono que sus contemporáneos hemos tenido la dicha de poder disfrutar entre nosotros, un hermano al que su Hermandad le otorgó el merecido honor de poseer una de las cinco Medallas de Oro que esta Institución ha tenido a bien hacer entrega.

A D. Alberto Gallardo Aguilar podríamos presentarlos con infinidad de adjetivos, y todos buenos, pero para él, el que ostentaba con el mayor de los orgullos era el haber sido capataz de su bata de las Angustias durante casi tres décadas.

Ella, nuestra Santísima Madre, lo consiguió colmar de honores en el plano cofrade difícilmente superables. Fue protagonista para la historia en acontecimientos que son imposibles de repetir como la transformación de la cuadrilla de costaleros de la Virgen de las Angustias, de hombres asalariados del costal a hermanos costaleros.

Tuvo el honor de estar al mando de la cuadrilla de hombres, ya todos hermanos, que en una amanecida de otoño, trasladó a nuestra Madre bendita como a una dulce mocita destocada de presea alguna sobre sus benditas sienes, devolviéndola a su barrio una semana más tarde, como la Reina de la caridad y del amor que gitanos y no gitanos intentamos aprender a sus plantas.

Años más tarde, al mando de una sencilla parihuela, realizó un singular traslado desde la collación de una San Román centenaria, hasta el Ave Fénix de un remozado Santuario del Valle, donde nuestra historia echara raíces infinitas, aparcando la trashumancia de tantos y tantos siglos.

Sus ojos azules, igual que el cielo de nuestra Sevilla o que el manto de su Madre de las Angustias, se cerraron en una calurosa tarde de agosto hiriendo profundamente el corazón de familiares directos y de sus hijos de la arpillera y el esparto dejando, si cabe, a una Sevilla cada vez más huérfana de paladar, de pellizco en sus "jechuras" flamencas de épocas pasadas, de timbres de voz que consiguieron salpicar las almas.

La negritud del clavo ennegreció corazones cofrades y los aromas de canela se difuminaron entre las viejas esquinas del barrio de San Román. 

La obediencia, el garbo y la elegancia de sus pateros quedaron expectantes a la espera de una cariñosa orden, y los sones de la nana compuesta en honor a su Virgen Gitana que tantas y tantas veces disfrutó, le sirvió para quedarse con ella dulcemente dormido para siempre, y así, partir ante la imagen real de su bata morena, para volver a decirle, y ahora sí, por fin en primera persona

"QUE BONITA VIENES MADRE MIA".

Los tuyos de la arpillera, los que siempre te quisimos y los que no siempre nos comportamos contigo como hubiésemos debido, te suplicamos que intercedas por nosotros, ya que a pesar de algunos errores de los que no debiéramos sentirnos orgullosos, sabemos que con ese corazón infinito que el Señor de la Salud te concedió, seguro que habrás conseguido perdonarnos a todos.

Descansa en paz Maestro, y que el color de tus ojos iluminen los caminos que te lleven hasta su mano

"AL CIELO CON LA MADRE DE LAS ANGUSTIAS".  


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