domingo, 7 de marzo de 2021

LA CUARESMA DE LAS SENSIBILIDADES

Tras el cierre en el día de ayer de nuestro Santuario, era previsible que el equipo de priostía de nuestra Hermandad se encontrara, una vez más, dando el cayo y con las mangas remangadas para con su acertado trabajo dignificar los cultos de la próxima semana en los que dará comienzo el Solemne Quinario y la Función Principal que el próximo domingo (D.m.) todos los hermanos, o los que, por los motivos ya sabidos, se lo posibiliten las actuales normas sanitarias, podamos disfrutar.

Este año, si cabe, más complicado que el pasado, en el que no tendremos la posibilidad de abarrotar las naves de nuestro templo, de acercarnos diligentes a esos rostros de siempre, de volver a reescribir un año más el rito de esas raíces familiares al besar de nuevo los grabados de un viejo Libro de Reglas, presintiendo gozosos la cercanía de la mágica noche de nuestra Estación de Penitencia.

Esta mañana, al traspasar el dintel de las puertas de nuestro Santuario y girar diligente la mirada hacia donde ellos nos esperan todo el año, hemos percibido el impacto de una visión acostumbrada, descubriéndose ante nosotros un portentoso altar de culto y donde, por un instante, hemos llegado a imaginar que nuestra antigua normalidad jamás se habría alterado. Que nuestra primavera se encontraba a punto de reventar en colores y olores dibujando todos los rincones de esta bendita ciudad como de costumbre. Que esas cuarenta vísperas tan añoradas durante todo el año, nos empujaban a las orillas una la luna de parasceve que arropa con sus brillos fugaces los vuelos de centenares de níveas capas al aire y esbeltos morados elegantes.

Tan solo duró un segundo, un instante de felicidad en la que nos queda demostrado que tan solo llegamos a dar valor a las cosas cuando realmente las perdemos. Esos caliches del muro de nuestras vidas que, por habituales quedan difuminados, como escondidos, tras la cotidianeidad de nuestras vidas y que, en momentos como este, descubrimos que realmente son fundamentales para todos nosotros.

En este tiempo de sensibilidades a flor de piel, de esos pequeños gestos que nos inundan el alma, de magnificar esos trocitos de instantes, de ser felices con tan solo el simple golpe de vista de una fracción segundo, no nos podemos permitir prescindir de un solo momento de discreta felicidad, de cualquier regalo que nos haga encauzarnos en lo que éramos y que tanto anhelamos.

Hoy, en la infinita felicidad que me ha producido un simple golpe de vista hacia el altar mayor de nuestro Santuario, también he sentido la sensación de que me habían sisado otro momento de gozo. Quizás, si hoy nuestro altar hubiese amanecido con el habitual recato de nuestra Señora en el interior de su camarín y la majestuosa silueta de nuestro nazareno en su lugar habitual, probablemente, ni hubiese reparado en el detalle.

Hoy me he acordado de mi Madre Celestial. Esa que todo lo disculpa y que un mes atrás, no tuvo necesidad alguna del montaje de un efímero altar que le rindiese los honores necesarios en las fechas de su Triduo. Ella que alargó sus manos y su corazón hacia sus hijos desde las alturas de su oratorio, aun a sabiendas de nuestro pecado cometido por la omisión de esa necesidad de cercanía que sus fieles, y mucho más en estos momentos desfavorecedores, ansían desde hace ya tanto tiempo.

Ella, la de la dulce mirada, la matriarca de nuestra existencia, seguro que no nos lo ha tenido en cuenta. Ella, la más sencilla, seguro que se siente orgullosa de ver al fruto de su vientre presidiendo las alturas de un magnífico altar de Quinario trabajado por el equipo de priostía. Ella, que desde su inmensa humildad, no les fueron precisas las luces de espigados cirios ni los fondos aterciopelados de los cortinajes para sentirse amada por sus fieles, seguro que no nos lo ha tenido en consideración, pero que en esta Cuaresma de las sensibilidades, nosotros, todos los que la queremos, hemos perdido la gran oportunidad de aliviar muchas de nuestras quimeras teniendo la oportunidad de ofrecerle una oración cara a cara disfrutando de la profundidad y la dulzura de sus ojos.

Hoy hemos disfrutado de un instante feliz y nuestra bendita Madre, sin rencor alguno, seguro que ha sido feliz con todos nosotros. 


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