Un fantasma se ha instaurado en la nueva Cuaresma de nuestras vidas. Una microscópica alma negra que ha decidido darnos un parón a esa velocidad inaudita con la que todos vivimos en estos días. Un ente desconocido revestido con los atributos de la muerte que nos ha obligado a estigmatizar las puertas de nuestros hogares, señalándolas con la sangre de los sentimientos de un pueblo, para que de esa manera, la afilada guadaña de la parca pase de largo, igual que, desde los tiempos del patriarca Moisés, quedaron reflejados para conocimiento del pueblo cristiano en las páginas del antiguo testamento.
Esta octava bíblica plaga a la que intentamos de hacer frente, no solo procurará mediatizar nuestra salud, también está diseñada para atacar nuestras almas, nuestras creencias, y nuestras esperanzas, menoscabando la tranquilidad del mundo y llamándonos a la reflexión, para dejarnos claro que, la única verdad de nuestra existencia será ese instante en el que demos nuestro último aliento.
El pueblo sevillano también lo está padeciendo al sufrir los desagradables cambios con los que se ha presentado esta nueva primavera. Ese tiempo nuevo de esperanza que, no por sobradamente conocido es menos esperado, pero que nuevamente, volvemos a ser conscientes de que nuestro futuro, aunque se encuentre escrito, para nosotros seguirá siendo desconocido, poniéndonos a prueba en la demostración de la pasta con que estamos hechos.