Buscó en el cajón de sus recuerdos más íntimos donde encontró una antigua cajita de música que, a saber la de tiempo que llevaba dormitando en su fondo.
Cuando le dio apertura a la tapa que destapaba las esencias custodiadas en su interior, se anegaron sus entrañas de recuerdos a los compases del "Perdona a tu Pueblo" con marciales aires de Eritaña, haciéndole esbozar una dulce sonrisa.
Preguntó con presteza al portero de los Cielos si tenían noticias de un caballero español que dedicó su vida a servir a Dios y a la Patria, a querer y a luchar con todo su alma por su familia y, a rezar ante un altar que siempre mitigó sus angustias, haciendo con él un trueque por una eterna fuente salud, además de la devoción a un palio de tumbilla protector de los soles agosteños a una Reina de los Reyes siempre abrazada en el interior su corazón.
El Señor de la tez de bronce solicitó su pronta presencia ante él para poder agradecerle en persona aquellos sones emanados de la cajita de música, y que este buen hombre, esculpió en el paralelismo de un rayado pentagrama tiempo atrás.
Las noticias que le dieron no fueron las mejores. Su memoria ya hacía una larga temporada que se encontraba escondida en el bosque de sus recuerdos que le impedían encontrar la senda que lo elevase ante el amor de sus plantas.
El Dios Moreno, en ese momento, sustituyó su melancolía por una hiriente tristeza, no pudiendo llegar a entender como la persona que con sus notas musicales gritó al mundo que el Señor perdonase a su pueblo, se encontrara condenado a su propio ostracismo y olvido, y aunque su familia y el colectivo de la Sevilla de la Música Cofrade siempre lo tuvieron presente, su delicada conciencia no pudiese llegar a encontrar la senda de su eterna felicidad.
El que todo lo puede, en el día de ayer, decidió que sus recuerdos dejasen de esconderse en los pliegues de su alma, y D. Juan encontró de golpe el sitio donde se encontraban todas sus añejas partituras y sus hojas en blanco suplicantes de novedosas ideas musicales, el rincón donde descansaba anhelante un extraño sombrero de charol negro, que le volvió a traer a su memoria que el "honor siempre fue su divisa", y una antiquísima trompeta de pistones, con la que a través de sus sones, nos dejó rubricado su paso por nuestra ciudad.
D. Juan Chincoa Moza, nuestro caballero español, siempre atento a los mandatos de su fe, recogió todas esos recuerdos que durante tanto tiempo tuvo olvidados, volvió la mirada a la herencia humana que dejaba entre todos nosotros, avalada por una gran familia de la que tan orgulloso se sintió y, con un paso elegante y sumamente marcial, tomó camino por los senderos de la Gloria a los sones de un Perdona a tu Pueblo que, a los llegados antes que él a las marismas azules, les hicieron romper en una ovación como aquellas que D. Juan tantas veces disfrutó desde su silla en la Campana.
Para los hermanos más antiguos su silla se encontraba ante la que fue la llamada revira de Farmacia a Campana, para los más modernos de Zara al Palquillo, y para los hermanos de los Gitanos la revirá del "Perdona a tu Pueblo".
Gracias D. Juan por ser como fuiste, y ahora, que el Señor de la Salud te ha devuelto de la posibilidad de volver a utilizar todos tus recuerdos, solo pedirte que mires con cariño por los que siempre te quisimos y tuvimos la suerte de compartir, en algún momento, nuestras vidas con la tuya, porque aquí, en tu Sevilla Eterna, jamás podremos olvidarte.
Descanse en paz D. Juan Chincoa Moza
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