miércoles, 13 de octubre de 2021

UN PASEO CON AROMAS A LAS ANTIGUAS CAVAS

Aunque desde la salida de la Pastora de Santa Marina, los semblantes del mundo cofrade fueron sustituyendo el rictus de preocupación y disgusto por el de una felicidad contenida, hemos tenido que esperar al 12 de Octubre, día de la Hispanidad, para poder disfrutar de la auténtica explosión de una atípica primavera otoñal a la que tanto estábamos echando de menos.

Desde que el mediodía trianero se dejó regar por los rayos de un sol de justicia bañado por un fondo de un azul inmaculado, las arterias del antiguo arrabal  hispalense presagiaba un aura de fiesta grande.

Fieles y devotos abrazaban con su presencia a la Patrona de Capataces y Costaleros, que con su inminente salida, quería hacerse notar entre sus hijos abriendo un paréntesis después de casi dos años de un persistente "mal vagío" que llevábamos adheridos a nuestra piel y a nuestras almas como un tatuaje no deseado.

Ella, impresionante como de costumbre, sobre una alfombra vegetal compuesta por claveles, alelíes y astromelias, parecía proyectar un esbozo de felicidad desde su paso al darle la bienvenida a sus hijos del martillo y del costal.

Este año la responsabilidad de mandar sus andas recaía sobre uno de los nuestros, y que se presentó ante las plantas de su patrona con la misma ilusión que el peón que da su primera chicotá a la imagen de su devoción.

Juan Manuel Martín Núñez hizo sonar el martillo para enfrentarse a las leyes de la física de una minúscula puerta que ha retratado a tantos hombres de negro y que ha colocado a cada uno en su sitio una vez que el cerrojo de Santa Ana nos despide con su ronco sonido hasta el año que viene.

Insultante en el porte que le permite su juventud, impecable en sus desplantes y poses que le otorga su indudable personalidad e insuperable en la técnica al mando de un paso, que después de un día como el de ayer y aderezado por su extenso currículo, lo ha elevado hasta el Olimpo de los hombres del martillo.

No solo entre la estrechez de los dinteles de la Catedral de Triana, también durante todo el recorrido, este capataz dio un auténtico master de como ha de pasearse una Virgen de Gloria por las calles de nuestra urbe.

Chicotás lentas como verónicas en el albero maestrante, medidas como marcan los cánones de nuestra tradición, armonizadas a la altura de la "Sinfónica de Tejera" que le marcaba los ritmos y con el regusto a canela y clavo, a aroma a barros alfareros y a compás de antiguos yunques gitanos que dormitaban sobre la blanca cal de las almas de sus paredes y que parecían querer aplaudir una faena para el recuerdo.

El Señor de la Salud te tocó en el hombro el día de tu nacimiento para que Sevilla te nombrara capataz. Tu padre te inculcó la maestría y las formas con las que los gitanos de bien se enfundan en un terno negro para hacer disfrutar a nuestra bendita ciudad y que tú, en la tarde de ayer,  has conseguido que todos los que te disfrutamos, no podamos albergar ninguna duda de que JUAN MANUEL MARTIN ÑÚÑEZ, con su insultante juventud y con los desplantes y las hechuras de maestro de otras épocas quede mitificado con el título de CAPATAZ DE SEVILLA.

Las forjadas barandas del mejor de los puentes sevillanos supieron como acompasaba sus pasos Madre de Dios del Rosario, porque sus hijos de vuelta a casa, lo reflejaban en sus caras y en sus gestos mientras que la Real Maestranza sentía envidia por no haber sido designada en esta ocasión para una faena inconmensurable.

Enhorabuena Maestro.


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