Aunque desde la salida de la Pastora de Santa Marina, los semblantes del mundo cofrade fueron sustituyendo el rictus de preocupación y disgusto por el de una felicidad contenida, hemos tenido que esperar al 12 de Octubre, día de la Hispanidad, para poder disfrutar de la auténtica explosión de una atípica primavera otoñal a la que tanto estábamos echando de menos.
Desde que el mediodía trianero se dejó regar por los rayos de un sol de justicia bañado por un fondo de un azul inmaculado, las arterias del antiguo arrabal hispalense presagiaba un aura de fiesta grande.
Fieles y devotos abrazaban con su presencia a la Patrona de Capataces y Costaleros, que con su inminente salida, quería hacerse notar entre sus hijos abriendo un paréntesis después de casi dos años de un persistente "mal vagío" que llevábamos adheridos a nuestra piel y a nuestras almas como un tatuaje no deseado.