Permitidme que os invite a dar un paseo por el corazón de uno de nuestros barrios. Acompañadme y podréis degustar el amargo sabor de una Sevilla herida, de una ciudad triste, de una urbe de oscuras calles vacías a la caída de la tarde, de rincones que añoran el griterío de los niños, los arrumacos furtivos de los adolescentes rebosando juventud y mostrando la intimidad de sus sentimientos o el lento caminar de nuestros mayores después de tachar, un día más, en el calendario de sus vidas.
Pero nuestra vieja metrópoli es una singular inconformista, jamás se estanca en su punto de confort, jamás tira la toalla ante la adversidad y aprovecha que su alma está tildada, a través de los siglos, como la ciudad de María Santísima, que jamás deja pasar la oportunidad de elevar el espíritu con las pinceladas del pellizco y el "ange" que, tan solo a ella le es posible dar a luz a la sombra de la Giralda para recordarnos que sus hijos siempre serán los llamados a ser los testaferros de las esencias de la alegría.