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| SALVADOR MANUEL DIAZ POZUELO |
Hoy es un día especial para nuestra Hermandad y para la vida de un hombre bueno y servidor de la misma que, en esta fecha, va a conseguir su tan merecido descanso después de una larga trayectoria profesional en diferentes empresas, y a la que pone su colofón para culminarla en esta última década en la atención cara a cara con los hermanos en nuestra Casa de Hermandad.
Salvador Manuel Díaz Pozuelo, el hijo del entrañable Rafalín, un hermano antiguo de los tiempos de penurias, de los que padecieron los desmanes de una guerra entre hermanos, del operario de la antigua cristalería de Jaime del Pozo que, en sus escasos ratos de ocio, buscó quien regalase una máquina de coser para que, con los beneficios de su rifa, se pudiesen reponer parte de los enseres perdidos en tiempos de vacas flacas para nuestra Corporación y, a la vez, inculcando el amor en su hijo Salvador, a unos Sagrados Titulares casi recién estrenados.
Vecino de la Puerta Osario hasta que la diáspora de los años 60 lo hizo emigrar a las calles del Polígono de San Pablo, compartió los juegos de su feliz infancia al amparo del Muro de los Navarros, viviendo calores de antiguos veranos y riadas de un desbocado Tamarguillo que convirtió por unos días las inmediaciones del extinto Convento del Valle en una efímera catedral veneciana, acumulando años de infancia entre la cercanía de la Hermandad de sus amores y la anual añoranza en la distancia, de su constatada fe por su Virgen del Rocío en las marismas onubenses y las fervientes pisadas por las arenas, de tantos y tantos caminos realizados desde su pasada juventud para arrodillarse a sus plantas.

